UNA CASA CON DOS PERROS
- johnlakelake
- 28 may
- 2 Min. de lectura
UN TRISTE DETERIORO FAMILIAR

Llega a las pantallas porteñas la ópera prima de Matías Ferreyra, luego de ser premiada en el Festival “Rencontres” de Toulouse, una muestra dedicada al cine latinoamericano y tras su paso por la Competencia Argentina del reciente BAFICI. Realizada en la provincia de Córdoba con actores reconocidos en aquella plaza, la acción, al igual que “Buena Vida Delivery” (Leonardo di Cesare – 2004), se retrotrae a la crisis económica de fines del 2001 y principios del 2002, pero sin mencionar los Lecor, la cuasi moneda que predominó en la provincia mediterránea.

Basada en la experiencia personal del director, el film retrata la infancia de Manuel que debe mudarse con sus padres y dos hermanos a la casa de la abuela materna, La Tati, que vive con un hijo, el tío Raúl, debido a la crisis económica. La dueña de casa no cumple con los prototipos de la abuela cariñosa, afectiva, que todo lo consiente. Por el contrario, es arisca y esquiva además de tener ensoñaciones con aires de bruja. Desde el principio no es bueno el trato que tiene con su hija, su yerno y sus nietos arrumbándolos en un garaje con todas sus pertenencias, incluidos colchones, lo que da un aire de gitanería a la convivencia, en una morada ya de por sí bastante destartalada. Por otro lado, el tío de aspecto poco amistoso, acarrea sus propios problemas personales.

En ese contexto los espacios cobran importancia, los ambientes invadidos, reclamados, son como una suerte de trincheras en las que los personajes se refugian detentando un poder. El único baño pareciera ser un lugar de reflexión, la cocina, un ámbito compartido en la que lucen descascarados la heladera y el calefón, es un reflejo del deterioro de la familia, un espejo de la disolución social y económica de la Argentina de aquel entonces.

En el medio, los niños son testigos de la crisis de los vínculos familiares, presencian las disputas de los adultos como observadores silenciosos, inmutables ante el desmoronamiento del nuevo hogar. Manuel, es quien más lo sufre, no encuentra su lugar al sentirse diferente y preferir el juego de las nenas al de los varones. Se refugia en la abuela, esa mujer delirante que ve cosas que los demás no ven, forjando una relación inesperada, fuera de contexto, que va contra todo lo predecible.

Ferreyra se acerca por momentos al cine de Lucrecia Martel por la creación de atmósferas, la construcción de los planos, la ausencia de banda sonora, la familia venida a menos, los niños que con sus juegos matizan el clima oscuro y opresor que los rodea. Sin grandes estallidos, las imágenes registran con gran precisión el resquebrajamiento de los lazos y la situación de desamparo de los pequeños, los más perjudicados en un nuevo y triste testimonio de aquella gran debacle de nuestra historia a principios de este siglo.
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