EL SUEÑO DE EMMA
- johnlakelake
- 19 mar
- 2 Min. de lectura
EL AMOR INCONDICIONAL Y TÓXICO DE UN PADRE

Los sueños y anhelos de la infancia y la adolescencia incumplidos suelen dejar una huella negativa muy fuerte en la memoria, en especial cuando los padres se oponen por distintos motivos, algunos valederos, otros no, a las aspiraciones de los hijos. Es el caso de Emma (Luthien Ramos, que debuta en el cine), que lee en el colegio “Romeo y Julieta” de Shakespeare en la clase de inglés, y obtiene una beca de intercambio cultural para estudiar en Londres por mérito propio. Marcos (Sebastián Arzeno, protagonista de “La uruguaya”), su padre, un hombre viudo de pocas palabras y escasos amigos, se interpone en su camino, ya que no quiere quedarse solo y, por otro lado, no cuenta con el dinero suficiente para abonar el pasaje.

El entorno es el Delta del Tigre, en especial los arroyos Espera y El Torito, magníficamente fotografiados por el director en colaboración con Lucas Guardia. En las islas los tiempos son otros, los planos secuencias que tienen como protagonistas al bote, los riachuelos y la naturaleza, transcurren en tiempos reales, mientras la cámara acompaña una serie de coreografías de movimientos de los actores y la lancha que tiñen las imágenes de un lustre poético.

El vínculo paterno filial es muy intenso, comparten actividades y cama, da la sensación de que Marcos la protege como si se tratase de su esposa, ya que no ve con buenos ojos a todo aquel que se le acerque. Emma ya cumplió los dieciséis años, quiere independizarse, conocer el mundo y así se lo hace saber a su padre que tiene como eco la siguiente respuesta: “¿No te basta la belleza del paisaje que te rodea?”. Irónicamente, la adolescente quiere dejar una isla para alcanzar otra, claro está, que mucho más grande y con muchas posibilidades culturales. El film es un típico “coming of age” o de crecimiento con el primer amor juvenil, incentivado por la lectura de la obra del Bardo de Avon. Pero también es de madurez para el padre, que se resiste al apoyo de la docente (Verónica Intile) y de su único amigo (Luis Ziembrowski) que le quiere facilitar el dinero para la travesía. En un film en el que escasean las sonrisas, la presencia de la abuela (Julia Azar) siempre bien predispuesta, es un oasis de confort y de cariño.

Germán Vilche, en su ópera prima, se siente muy cómodo filmando rodeado de un resplandeciente paisaje fluvial, ya que su pasión por contar historias en medio de esa naturaleza, se retrotrae a sus anteriores cortos “Sol de enero” (2015) y “La casa del río” (2017) que tienen el mismo marco de la zona del Tigre. La fauna autóctona y la flora están muy presentes cuando padre e hija surcan los canales, en las pausas de pesca, cuando los jóvenes recogen ramas y piñas o se desplazan bajo extensas arboledas.

El amor, un concepto que sobrevuela a lo largo de la agradable obra de Vilche, tiene muchas formas, nunca es tarde para darse cuenta que dejar volar y crecer es otra manera de amar y ser amado.
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