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EL COSO

UN ARTISTA MULTIFACÉTICO


Federico Manuel Peralta Ramos fue un representante de la vanguardia argentina de los años sesenta que se jactaba de la acumulación de apellidos aristocráticos en su nombre (Balcarce Bengolea por parte de su madre). Difícil se hace encasillarlo en una rama artística determinada, ya que fue un provocador cuya osadía lo llevó a incursionar en la pintura, la escultura, la poesía, el teatro y el show. Perteneció a la generación del Instituto Di Tella, donde fue premiado por la escultura de un huevo gigante, cuya reproducción se instaló recientemente frente a la Plaza San Martín. Famoso por sus frases - “Serás lo que te ha tocado ser y déjate de joder”, “una forma de argentinizar una idea es no concretarla” – jugaba con el hecho de ser tataranieto del fundador de la ciudad de Mar del Plata a la que bautizó “Mal del Plata”.



Néstor Frenkel, director del documental “El gran simulador” (2013), a través de imágenes de archivo, fotografías, grabaciones y el uso de la voz en off recrea con cierta melancolía los lugares que frecuentaba la oveja negra de una familia de alta alcurnia, que era incomprendido por su padre (llegó a internarlo en un hospital neuropsiquiátrico) y tolerado por su madre. De esta forma desfilan íconos de aquellos años como el centro de investigación cultural ya mencionado, la Galería del Este y el bar Barbudo, todos ya desaparecidos. Solo la confitería Florida Garden queda en pie, sitio en el que se produjo el encuentro con Tato Bores, en cuyo programa pudo desarrollar durante muchas temporadas sus dotes de payaso, lo que le dio gran exposición pública.



Las entrevistas a actores, galeristas, marchands, curadores, dibujantes y su hermano menor describen su paso por la bohemia nocturna, sus excentricidades propias de una época desprejuiciada a la que contribuyó con sus poesías, sus frases y sus actitudes insólitas como la compra de un toro premiado en La Rural para exponerlo como obra de arte, o la grabación de un 33 RPM que hace referencia al título de la película denominado: “Tengo un algo adentro que se llama coso”.



Divertida, por momentos desopilante con los gestos y reacciones de Tato Bores ante las respuestas desprevenidas y espontáneas de su extravagante interlocutor, “El coso” es un recuerdo nostálgico de una época gloriosa del arte argentino y de uno de sus mayores exponentes, un precursor que se definía a sí mismo con la siguiente frase: “Mi vida es mi mejor obra de arte”.



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