Un amor profundo
Las criaturas mágicas que habitan las aguas han sido fuente de inspiración de numerosos cineastas que han encontrado en estos seres míticos un interesante punto de partida de historias románticas. La última obra del renombrado director alemán Christian Petzold fondea en la mitología griega y la germano-escandinava en lo que se refiere a las ondinas, hadas protectoras que habitan lagos y ríos, condenadas a amar a un hombre y si este las lastima o las engaña deberán matarlo antes de retornar a su hábitat. Es el caso de Undine (Paula Beer) que se mueve en un ámbito siempre conectado a la sustancia líquida: Berlín una ciudad cuyo nombre se asocia a pantanos; el distrito Mitte atravesado por el río Spree, descripto por la protagonista en su rol de historiadora urbana; la pecera que se rompe en el bar; la profesión de Christoph (Franz Rogowski).
En el inicio Undine amenaza de muerte a su enamorado, un hombre casado que no se decide a abandonar a su esposa. Tras la ruptura, surge en su vida de manera circunstancial, Christophe, un buzo que realiza trabajos industriales en las profundidades de un río. A partir del encuentro surge un romance inquebrantable, azaroso, que tiene como epicentro el agua, elemento vital para ella por sus connotaciones míticas, para él como sustento laboral.
La película, un drama fantástico, oscila entre la realidad y la fábula a través de los innumerables traslados en tren, los desplazamientos de convoyes en estaciones ferroviarias, las despedidas en los andenes. Varias de las características de las ondinas se hacen presente como el hechizo profundo que ella ejerce sobre su amado, el poder de sanación, el agua como elemento de purificación, el aspecto físico en el que resaltan el color de su piel y su generosa cabellera.
Petzold regula la leyenda, lo ilusorio, la atracción mutua, la pasión en una acertada estructura narrativa y puesta en escena que como de costumbre cautiva y sorprende al espectador. Un nuevo acierto del creador de Barbara (2012).
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