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SINTIÓ ALGO VERDADERO

  • johnlakelake
  • 20 ago
  • 2 Min. de lectura

LA MEMORIA DE UNA CASA

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Rafael Pinedo (1954 - 2006) fue un escritor e informático argentino, autor de tres novelas, una de ellas póstuma. Considerado un autor de culto, su prosa se caracteriza por ser sencilla, poética con tramas postapocalípticas de gran crudeza con finales abiertos. Estudió en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires donde se graduó y se ganó la vida como informático. Comenzó a escribir precozmente, pero a los dieciocho años quemó toda su producción literaria hasta entonces, y no volvió a escribir hasta dos décadas más tarde. Su trilogía “sobre la destrucción de la cultura” está constituida por “Plop” (2202), “Frío” (2004) y “Subte” (2006).

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Manuel Salomón, un editor con quince años de experiencia en la industria audiovisual, en su ópera prima, se inspira libremente en Pinedo, separando el metraje en tres capítulos que llevan los títulos de su trilogía distópica, aunque no en el mismo orden. Nicolás Yaya, en su debut cinematográfico, es Leandro, en este caso un bioquímico aficionado a la escritura, que se aloja por un tiempo en una majestuosa casa frente a un lago en los alrededores de Bariloche. La naturaleza que lo rodea es sublime, el gran espejo de agua, las montañas nevadas en el horizonte, un jardín inmenso que desciende hacia la orilla, invitan al reposo y la meditación. Tal vez, es lo que necesite el protagonista que deja su trabajo de investigador en la ciudad para refugiarse en una Patagonia paradisíaca, pero que con el paso del tiempo devendrá agria. Allí recibe a sus amigos, Felipe, el experimentado Pablo Sigal (“La flor”, “El estudiante”, “Viola”, “De nuevo otra vez”) y a una joven (Katia Szechtman, vista recientemente en “Puán”) con los que comparte comidas, caminatas, charlas y recuerdos.

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La película, que fue rodada a lo largo de diez años (2014 – 2024), se inmiscuye en el conflicto irremediable de dos hermanos. Para ello la narrativa transcurre en dos tiempos, a la vez que abarca a tres generaciones. La historia va y viene con flashbacks de las décadas del sesenta y setenta filmadas en super 8 con imágenes de una familia con sus dos pequeños hijos varones. Los juegos, los almuerzos en esa casa de piedra y hermosas maderas sugieren un hogar idílico, sin embargo, no todo lo que reluce es oro. Esconde sus secretos perversos, siniestros, que apenas sugieren las imágenes que vinculan a los padres de los dos niños. Éstos en el presente, son los propietarios de la mansión en los que las heridas del pasado han dejado su secuela. Uno de ellos, invitó gustosamente a Leandro, mientras que el otro lo intima a que abandone el lugar. Por otro lado, la ruptura del hilo conductor, entromete a los protagonistas del presente en situaciones que se refieren a ese pasado indigno, pero que a su vez expresan sensaciones actuales. Esa recurrencia de las imágenes que los pone frente a abismos y precipicios, expresa conflictos irresolutos que caen en un vacío.

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“Sintió algo verdadero” es una obra que habla del legado familiar, de la memoria de una casa, de los fantasmas que esconde, del paso del tiempo y del enigma del cuadro que compone el afiche del film. En síntesis, una película para cinéfilos que invita a la reflexión.


 
 
 

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