UNA PELÍCULA PARA EL LUCIMIENTO DE WALTER LABORDE
Oliver Kolker, nacido en los Estados Unidos pero criado en nuestro país, estuvo vinculado al género musical que dio fama a Carlos Gardel desde muy joven. Productor de Mora Godoy y Ariel Ardit, fundador de Recoleta Tango en el Hotel Alvear, director de “Fermín, glorias del tango “(2014), vuelve a incursionar en la música ciudadana en el marco del Mundial de Tango en la Argentina.
Moti Kohen (Oliver Kolker) es un productor musical que tuvo su auge hace 20 años. Su presente actual no es nada auspicioso. Divorciado, vive de pequeños trabajos que realiza para su tío Abraham (Mario Alarcón) en un auto que está más para un depósito de chatarra que para manejarse por la ciudad. Su vida en declive modifica su rumbo por un hecho fortuito en el que el azar juega un rol importante. Los planetas parecen alinearse de su lado: un representante le requiere buscar un cantor de tango para un festival, un encargo que tiene más sabor a despedida que a encomienda; su auto se descompone frente a un taller atendido por Bartolo, un mecánico tartamudo (Walter El Chino Laborde); el técnico resulta cantar como los dioses y forma un dúo amateur con su padrastro Lisandro (Claudio Rissi), bandoneonista. Las premisas están dadas para que Moti desande su camino al compás del dos por cuatro.
La estrella de la película es sin duda alguna Walter Laborde, recordado en el cine por haber asumido el rol de Alberto Castillo en “Luna de Avellaneda” (Juan José Campanella – 2004). Un cantante peculiar que alterna el tango con el rock, a la vez que participa en una serie erótica en el canal Play Boy. Su voz y su expresividad, al frasear las letras de los temas musicales, se destacan con un estilo muy particular, en el que resalta una fuerte presencia escénica. El tema “Paciencia”, que se escucha en varias oportunidades a lo largo del film, permite su lucimiento, como en otros en los que fusiona ambos géneros. A Laborde lo rodean personajes secundarios sólidos como el de Claudio Rissi, Germán de Silva y Mario Alarcón, otros que caen en el estereotipo como el de Victoria Onetto, algunos que transitan la intrascendencia (Anita Martínez y el propio director) y aquellos que aportan su buena voz como Karina “La princesita”.
El director aprovecha el desarrollo de la historia dentro de la comunidad judía para mostrar templos, ritos, ceremonias y un bar mitzvah que es punto de desencuentros del protagonista con su ex, a la vez que una oportunidad para afianzar los vínculos con su hijo. Una historia intrascendente que privilegia la música, dedicada a los fanáticos del tango y a los seguidores del muy buen intérprete Chino Laborde.
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