NADIE PUEDE LANZAR LA PRIMERA PIEDRA
Delphine Deloget con una amplia trayectoria en el cine documental para la televisión, debuta con una ficción para la pantalla grande en el que enfrenta a una familia con los servicios sociales del Estado. Sylvie (Virginie Efira) es una madre con una vida algo caótica que tiene a su cargo dos hijos, Jean-Jacques (Félix Lefebvre) un adolescente que toma clases de trompeta y Sofiane (Alexis Tonetti), un niño con algunos problemas de conducta. Debido a su labor nocturna en un bar donde predominan los punks y la estridente música de bandas de heavy metal, suele dejar al menor a cargo del hermano mayor. Una noche en que Sofiane se encuentra solo, se lesiona debido a un accidente casero lo que desencadena una serie de acontecimientos desgraciados para los tres, ya que interviene el Servicio de Bienestar Infantil para hacerse cargo del menor accidentado.
El núcleo de la trama estará dado por el enfrentamiento entre la madre, a la que acompañan sus dos hermanos, Herve (Arieh Worthalter), medio tiro al aire y Alain (Mathieu Demy), más sentado, pero también con un pasado turbio, y las autoridades del Estado entre las que resalta la asistente social (India Hair) que se hace cargo del caso, el juez y demás colaboradores de Hair. Deloget no intenta retratar a Sylvie como una madre valiente o tóxica, o en el rol de víctima. Tanto ella como los demás personajes tienen virtudes y defectos con sus correspondientes altibajos. Ninguno tiene el derecho de lanzar la primera piedra y juzgar a los demás, nadie es perfecto, conviven con fortalezas y debilidades, toman decisiones atildadas como también erróneas. Sus actitudes oscilan entre lo criterioso y el paso en falso.
La frialdad de las instituciones se contrapone al calor del hogar, unos parecen manejarse con el reglamento, los otros con un amor incondicional. La desesperación parece no dar buenos resultados, la calma y el respeto por las sentencias serían el camino a seguir según aconseja la abogada que defiende a Sylvie. Los tiempos se alargan, las promesas no se cumplen, los rencores surgen a flor de piel, la violencia se dispara. La protagonista se encuentra en medio de un laberinto de formas y protocolos que no está dispuesta a cumplir, solo quiere que su pequeño hijo vuelva a su morada para disfrutar el cariño de los suyos. En el medio está Jean-Jacques que también está en crisis al no tener en claro su futuro vocacional, mientras lucha por el retorno de su hermano y la contención de una madre atormentada.
“Nada que perder” es una obra compleja, con una gran actuación de Efira, que plantea la convivencia de unos sin los otros y si realmente la sociedad y sus instituciones tienen derecho a juzgar la intimidad.
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