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LA PRÁCTICA

UNA COMEDIA ASORDINADA


“Rapado” (1992) es considerado como un hito en la cinematografía argentina. El film de Martín Rejtman marcó un antes y un después, al ser la puerta de una nueva tendencia de producción independiente, como reacción a un cine local previo poco representativo, empantanado, con películas artificiales propias del viejo cine de Hollywood. A la obra del director de “Silvia Prieto” se le sumaron Alejandro Agresti con “Buenos Aires viceversa” (1996), Israel Adrián Caetano y Bruno Stagnaro con “Pizza, birra, faso” (1998), Pablo Trapero con “Mundo grúa” (1999), sin olvidar a Esteban Sapir (“Picado fino” – 1996) o a Daniel Burman (“Esperando al Mesías” – 2000).



En “La práctica” el director incursiona en la comedia, pero no al estilo Taratuto, sino con el tono que Aki Kaurismäki utilizaba en “El puerto” (2012). Un humor seco, asordinado, con frases cortas y otras no tanto, disparadas a una velocidad rauda, que a veces dificulta la comprensión, ya que la mayoría de los actores son chilenos con sus modismos e inflexiones propias (un subtitulado como el que utiliza el Che Sandoval en sus películas no hubiese estado desacertado). El absurdo se hace presente, tanto en el decir, con frases inexpresivas carentes de emoción, como en el accionar de Gustavo, un profesor de yoga (Esteban Bigliardi) que medita más profundamente levantando fierros en un gimnasio que en las clases de su especialización.



Gustavo es un argentino que trabaja en Santiago de Chile, separado de una mujer que también es profesora del mismo metier que su ex. No tiene vivienda, ya que el departamento le quedó a su antigua esposa, convive con los cuñados hasta que consigue una habitación en el barrio de Providencia con algunas carencias. Su vida está rodeada de alumnos y ex alumnos que entran y salen de la trama, enriqueciéndola, con rasgos que siempre apuntan a la sonrisa. Se ve tironeado por la ex que le advierte sobre los inconvenientes de vivir con su hermano debido al humo y al ajo que predomina en su casa, la madre (una excelente Mirta Busnelli), que lo trata como si fuera un adolescente dándole órdenes permanentemente y la terapeuta (Catalina Saavedra), otro acierto del casting, que le prescribe ansiolíticos para combatir el stress.



En cuanto al estilo, la idea de repetición está muy presente a lo largo del desarrollo (el cruce del puente para ir a un retiro espiritual, las caídas, las cenas en lo del cuñado), tal vez en referencia al ashtanga yoga, que menciona el alumno Matías (Giordano Rossi), y que consiste en la repetición de una serie de posturas en un mismo orden. Por otro lado, el planteo de Rejtman no es tomar partido por un cine pesimista u optimista, por un final feliz o una conclusión dramática, por estar de un lado u otro de la vereda. Para el director los personajes están en un lugar determinado, deben salir adelante con sus vicios y sus virtudes de la mejor manera posible. Se trata de lograr un equilibrio, como el de ciertas posiciones de yoga, difícil de alcanzar, pero con la insistencia en los intentos, no exentos de errores, la meta se puede conseguir.



 

 

 

 

 

 

 

 

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