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HOMBRE MUERTO

UN WESTERN MUY PARTICULAR


La dupla Andrés Tambornino y Alejandro Gruz se vuelven a unir luego de “¿Qué puede pasar?” (2018) para dirigir un western, un género poco aprovechado en la Argentina por distintos pruritos. En los últimos tiempos, “Aballay, el hombre sin miedo” (Fernando Spiner – 2010) y “Fuga de la Patagonia” (Francisco D’Eufemia/Javier Zevallos – 2016) tuvieron como marco zonas desérticas del norte y del sur del país para relatar historias que sucedían a fines del siglo diecinueve. Más acá en el tiempo, “Al desierto” (Ulises Rosell – 2017), una historia con reminiscencias borgeanas (“Historia del guerrero y la cautiva”), manejaba varios tópicos del western clásico en el presente siglo. Las tres películas mencionadas casualmente fueron presentadas en distintos Festivales de Mar del Plata, dos en la Sección Competencia Internacional y la de D’Eufemia y Zevallos en la Competencia Argentina.



Almeida (Osvaldo Laport) un hombre que dejó su pasado atrás, vive en una choza junto a una mujer embarazada en una zona árida de La Rioja. Su larga cabellera desaseada, su tez curtida rodeada de una vestimenta andrajosa semejan su aspecto al de un cavernario. Se desplaza con sus obsoletas herramientas hasta un pequeño poblado en la ladera de la montaña en la que habita. Los caminos son de tierra, el viento arrastra las malezas olvidadas, el comisario del pueblo tiene cara de pocos amigos, el tren trae un visitante con un encargo funesto: matar al dueño de la mina (Diego Velázquez) cuyo cierre paralizó a la aldea. La llegada del forastero motoriza el guión con una serie de enredos que involucran a todos los protagonistas. Hay muchos intereses en juego, en el que tanto el comisario (Sebastián Francini) como el dueño del bar (Daniel Valenzuela) y el cura del lugar (Roly Serrano) apuestan dinero para deshacerse del ingeniero, que, según su decir, cambió la muerte por la vida, al modificar la explotación del azufre (componente de las balas) por el litio (fuente de energía esencial para reducir el calentamiento global).



En medio de las tomas panorámicas del desierto donde predominan los tonos rojizos y amarillos, Laport, el popular actor de innumerables telenovelas, tiene el perfecto “physique du rol” para el antihéroe anacrónico venerado por el pueblo, en un western en el que no falta el amago del famoso duelo en medio de la calle, mientras los vecinos espían desde sus hogares. Por suerte, los directores le han quitado el tono solemne que caracteriza a la mayoría de las películas del género. Por momentos surge el humor, la incongruencia y hasta el disparate, para evitar el dramatismo en situaciones al límite, al intercalar secuencias en el que el jazz desestructura la rigidez de la trama, o bien la secuencia delirante en medio de una misa.



Cabe destacar las actuaciones. A la ya mencionada de Laport, se le suma la de Diego Velázquez (“La larga noche de Francisco Sanctis”) en un rol nada sencillo, ya que debe sostener la comedia mientras el resto juega con el drama. Los sólidos Daniel Valenzuela y Roly Serrano apuntalan los papeles secundarios, junto a la frescura del joven Sebastián Francini. Por otro lado, la fotografía de Alejo Maglio resalta la geografía de Chilecito y sus alrededores. Un género poco explotado, es aprovechado por Tambornino y Gruz para ampliar de manera eficiente el panorama del cine local.

 



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