UNA MIRADA NORTEAMERICANA SOBRE LOS HOMBRES DE CAMPO ARGENTINOS
Tenían que ser dos directores norteamericanos patrocinados por entidades del mismo país, en este caso el Festival de Sundance, para que una película íntegramente hablada en castellano tenga subtítulos en español. Parece mentira que los productores y directores argentinos no tomen conciencia de la importancia del subtitulado y sus ventajas, lo que les permitiría acceder a una mayor audiencia. Tantas quejas se escuchan hoy en día sobre la falta de apoyo al cine nacional, cuando son los mismos encargados de producir cine local los que boicotean sus propias obras. Un claro ejemplo es la reciente comedia de Valeria Bertuccelli y Mora Elizalde “Culpa Cero”, que luego de ser estrenada en los cines pasó a una plataforma sin ningún tipo de subtitulado. La oportunidad de captar una mayor cantidad de público fue dejada de lado por desidia, desinterés o vaya uno a saber.
Michael Dweck y Gregory Kershaw son dos cineastas, fotógrafos y artistas visuales con una importante trayectoria galardonada en varios eventos cinematográficos. En su última realización, premiada en el Festival de Locarno, los directores llevan sus cámaras a una pequeña comunidad salteña de gauchos que mantienen una fuerte sintonía con la naturaleza que los rodea, y en la que las tradiciones parecen surgir de textos literarios gauchescos del siglo XIX. Filmada en blanco y negro, la fotografía se destaca por sus paletas de grises, blancos brillantes y fuertes contrastes, sumado a una banda sonora ecléctica con canciones de Violeta Parra y áreas de “El pescador de perlas” de Bizet que no desentonan y le dan un marco especial a las imágenes de paisanos galopando por los pastizales.
Si bien el afiche del film remite a los antiguos westerns de la época dorada de Hollywood, en algunas secuencias tiene la impronta de los famosos almanaques que realizó Florencio Molina Campos para la firma Alpargatas. Gauchos con sus pilchas donde relucen ponchos, pantalones anchos, facones y sombreros, de a pie o montados en potros indómitos, arqueando sus cuerpos para mantenerse sobre la montura. Hay varias secuencias de un gran magnetismo, como aquella en que raudamente dos jinetes desmontan de sus caballos y trepan con inusitada rapidez por las ramas de un árbol como si se tratase de un mangrullo, para poder divisar la estepa en búsqueda de una vaca perdida. Otras, en cambio, mueven a la risa como la reprimenda de una autoridad de un colegio a una adolescente que acude a la institución vestida de gaucha, por no portar el uniforme del instituto. En la escena siguiente se la ve marginada con sus bombachas y botas al lado de sus compañeras con remera y pollerita.
En cuanto al estilo, los directores prescinden de la voz en off para privilegiar los diálogos, por lo general entre dos interlocutores, frente a frente, alrededor de una mesa con un plano fijo que sostiene el intercambio. La narración avanza a modo de viñetas con vivencias, anécdotas que recuerdan los pobladores, la recreación de tareas rurales y competencias deportivas. Viñetas que reflejan un estilo de vida y una cultura ancestral que se resiste a ser olvidada.
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