TRES HISTORIAS, TRES TIEMPOS Y TRES ESTÉTICAS DIFERENTES PARA REFLEJAR LA BÚSQUEDA DE LA IDENTIDAD
Lisandro Alonso es un director argentino al que no le interesa que sus películas alcancen a un público masivo. Sus preferencias por los trabajos del húngaro Bela Tarr, del tailandés Apichatpong y el portugués Pedro Costa hablan de un gusto por el cine contemplativo, de largos plano fijos acompañados de prolongados silencios, en el que la fuerza de la imagen se impone ante todo. Sus obras presentan a un personaje, la relación con su entorno y como éste lo define, como en su ópera prima “La libertad” (2001) que presenta a un hachero en medio del monte, marginado, sin saber cómo relacionarse.
La primera parte, en un formato cuadrado, en blanco y negro, es un clásico western en el que un hombre blanco (Viggo Mortensen) llega a un polvoriento pueblo del oeste en búsqueda de su hija que fue raptada, al igual que en “Jauja”, la anterior obra de Alonso. Su puntería es infalible, dejando un tendal de muertos al mejor estilo de los espaguetis western de Sergio Leone. Esta historia, filmada en los viejos estudios de Almería, cuenta con actores profesionales en la que aparece Chiara Mastroianni como la jefa del lugar y Rafi Pitts como el bandolero que retiene a la joven. Un género que dejó muchos pesos en las arcas de Hollywood, pero que en el fondo es una farsa que no representa a nadie y que no deja bien parados a los indígenas, salvo en los westerns que realizó la otrora República Democrática Alemana y que tenían como protagonista al serbio Gojko Mitic.
La segunda parte, en color y cubriendo toda la pantalla, transcurre en la reserva Pine Ridge de Dakota del Sur en los Estados Unidos. Bajo un invierno riguroso, una mujer policía caucásica recorre durante la noche carreteras cubiertas de nieve, en auxilio de conductores que hayan quedado varados o de sospechosos que conducen bajo los efectos del alcohol. En su derrotero se encuentra bastante sola y debe acudir para solucionar diversas peleas o tiroteos que se suceden durante su servicio. Su deambular la lleva a lugares sórdidos, refugios paupérrimos como último recurso para enfrentar el intenso frío, tomar contacto con seres humanos abandonados a la buena de Dios. Un muestrario de una de las comunidades más pobres del país del norte, al que la sociedad le ha dado la espalda con altas tasas de desempleo, alcoholismo, suicidios y una esperanza de vida que apenas roza los cincuenta años. La protagonista tiene relación con una joven nativa que desarrolla distintas tareas, cansada del entorno con ganas de emigrar de su comunidad.
La última parte transcurre en la selva brasilera, si bien fue filmada en Méjico, durante el gobierno del presidente de facto Geisel en la década del setenta. En esta etapa, la belleza del paisaje circundante, muy bien captada por la cinematografía de Mauro Herce y Timo Salminen, se impone por sobre la narración. Nuevamente la acción transcurre en medio de una comunidad aborigen compuesta por varios hombres y una mujer, que terminan matándose entre sí por la muchacha. Uno de ellos escapa para ser absorbido por un buscador de oro. El último tramo es una crítica al capitalismo, cuya única preocupación parece ser explotar los recursos naturales de la zona sin medir las consecuencias ambientales. El claro ejemplo, es la imagen en la que pasa un tren que lleva las materias primas del lugar a otros centros de producción mientras un policía saluda su paso.
En la primera mitad del film de dos horas veinte de duración se imponen el ritmo y la acción. En la segunda, los tiempos son otros, más contemplativos, más místicos, donde juega lo onírico, una amalgama de elementos en la que también tiene cabida la reencarnación a través del pájaro que se muestra en el afiche de la película. La conexión entre las tres historias está marcada por la joven indígena de la reserva de Pine Ridge, que a través del tiempo y del espacio vuela hacia Brasil y cuyo nexo con la primera parte no conviene revelar.
“Hay una diferencia entre quién crees que eres y quién eres realmente” le dice el personaje interpretado por Mastroianni al pistolero Murphy (Mortenesen), en clara referencia al tema de la identidad y su búsqueda siempre presente a lo largo de las tres historias. ¿Quiénes son, qué representan, que afinidades tienen las personas de las distintas comunidades que surgen en la pantalla? Son respuestas que el espectador deberá encontrar por sí mismo.
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