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EL AUGE DE LO HUMANO 3

UN MUNDO SIN FRONTERAS


Eduardo Williams es el exponente actual del cine argentino de vanguardia que tomó la posta dejada por Narcisa Hirsch, aunque sus percepciones de la realidad difieran. Sus exploraciones son audaces, sus obras no siguen necesariamente una narrativa de manera lineal, las imágenes sorprenden con distintos usos de cámaras, lentes, encuadres y edición. Ya de por sí el título trastoca las reglas normales, al insinuar una secuela de su obra anterior, “El auge de lo humano”, sin que medie una segunda entrega.



El deambular de un grupo de amigos de distintas nacionalidades por distintos sitios del mundo mientras se alejan de sus trabajos poco satisfactorios, es una excusa que aprovecha el director para exponer sus ideas sobre un universo utópico sin barreras idiomáticas ni territoriales, donde las distancias se diluyen como en el ciber espacio. La película comienza en una playa de Sri Lanka donde dos jóvenes se dirigen a un poblado donde predominan unas construcciones en forma de iglú, mientras discurren sobre sus cotidianeidades. Luego la acción se traslada a un barrio humilde de Taiwán para más tarde instalarse en la selva amazónica peruana rodeada de ríos, vegetación y palafitos. Los jóvenes de cada segmento se mueven de un lugar a otro como quien interactúa con otra persona por internet, hablan diferentes idiomas, pero todos se entienden sin necesidad de traductores. Los diálogos, a veces ininteligibles, son intrascendentes y bien podrían sumarse a la banda sonora.



Los paseos, recorridos y baños en el río son un pretexto para que Williams exponga toda su batería de recursos audiovisuales al servicio de las imágenes. Una cámara de 360 grados le permite abarcar grandes panorámicas, en las que los personajes se encuentran alejados, con una presencia difusa, o bien los deja fuera de campo para resaltar el paisaje y escucharlos como una voz en off. Largos planos secuencia con imágenes distorsionadas y deformadas producto de la cámara omnidireccional y del trabajo de montaje, se contraponen a un extenso plano fijo en la selva peruana o a imágenes congeladas. Los ocho objetivos del dispositivo de filmación, le permiten girar con los focos de manera vertiginosa, para tomar en un contrapicado la copa de los árboles de la selva.



En el mundo del director el tiempo y el espacio se confunden, la lógica se evapora, lo real y lo imaginario tienen cabida por igual con imágenes surrealistas propias de Buñuel. Los espacios son lugares de tránsito en el que los personajes buscan una conexión más profunda. En su estética predomina lo visual, con texturas que rompen los estándares acostumbrados, en la que se destaca la danza eufórica nocturna en una suerte de discoteca al borde del río. Lo suyo no es un ejercicio de estilo, es una inmersión en el mundo de la tecnología actual, su influencia en nuestras vidas como medio de acercamiento a otras culturas, a otros entornos, a otras dimensiones. Su planteo parece mostrar los efectos de la globalización, en un mundo sin fronteras donde predominan las similitudes entre los personajes de distintos lugares alejados del planeta.



El lenguaje cinematográfico de Williams puede seducir como también producir el más profundo rechazo, con un estilo que apela más a los sentidos que a la razón.



 

 

 

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