Una franquicia redituable
El “Dios Mío, ¿qué hemos hecho?” parece ser una licencia que rinde buenos frutos. La primera versión, Dios mío ¿Qué hemos hecho (2014), recaudó ciento setenta y seis millones de dólares, trece veces más que el presupuesto original. El reciente estreno del año 2019, pandemia mediante, tuvo ingresos cercanos a los ochenta millones, una cifra nada despreciable. Por lo tanto, no extraña que el equipo encabezado por el director Philippe de Chauveron y un numeroso elenco, presenten el próximo año una nueva versión de los avatares de la familia Verneuil.
La primera entrega mostró cierta originalidad ante la sorpresa de una pareja católica, cuyas cuatro hijas se casaban con hombres de diferentes religiones y etnias. Las disímiles costumbres, los roces entre suegros y yernos y entre los cuñados entre sí, daban pie a situaciones risueñas que mantenían el interés. La secuela de Dios mío ¿Qué hemos hecho?, se centra en las maquinaciones del matrimonio compuesto por Christina Clavier y Chantal Lauby, para retener a sus hijas en Francia ante el anuncio de las cuatro parejas de irse a vivir al exterior. La película está armada como una combinación de sketches cortos, propios de los programas televisivos, para dar cabida a la profusión de personajes que desfilan en la pantalla a los que se les suma un jardinero talibán, por si la diversidad de los miembros de los Verneuil no fuese suficiente.
Todo está armado para agradar al espectador. La apertura con los coloridos créditos que combinan armónicamente azules y amarillos, rojos con negros, los hermosos paisajes de la campiña francesa y los imponentes castillos del valle del río Loira, ponen un marco atractivo para el desarrollo de las acciones. Los chistes (muchos resueltos a través del slapstick) se suceden con mayor o menor eficacia con varias referencias a representantes de la cinematografía francesa, siempre con predominio de un tono ligero lindando lo elemental. La excesiva cantidad de protagonistas jugó en contra de ciertas situaciones que hubiesen sido más efectivas de haber contado con una mayor una exposición, como ser el desconocimiento del consuegro africano de la pareja de su hija.
“Dios mío, ¿y ahora qué hemos hecho?” encontrará su nicho en un público que acuda al cine con el solo fin de distraerse, no tener que pensar y tan solo disfrutar de ambientes suntuosos rodeados de paisajes idílicos.
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