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COMIENZO DEL BAFICI 2022

PEQUEÑA FLOR - DESIERTO PARTICULAR - PARA CHIARA


Después de tres años regresa el Festival de Cine Independiente a las salas de la ciudad de Buenos Aires. En el 2020 había sido suspendido por la pandemia y el del año pasado se realizó solo de manera virtual ante un rebrote del COVID. La presente edición tiene sus ventajas y desventajas. Como punto a favor es que toda la programación se concentró en cines del circuito céntrico en un radio de 20 cuadras, en vez de estar desparramada por distintos barrios porteños. Es más práctico, más cómodo, se pierde menos tiempo en desplazamientos y en ese sentido se asemeja al Festival de Mar del Plata. Otro de los aciertos es la posibilidad de ver gran parte de lo ofrecido online, lo que permite disponer mejor los tiempos, además de llevar el cine a lugares alejados. La desventaja es no contar con salas de una importante cadena de distribución como en otras épocas fueron Hoyts del Abasto, Village de Recoleta o el Multiplex de Belgrano. Este año a las tradicionales sedes del Gaumont, Leopoldo Lugones, Cosmos UBA y el Centro Cultural San Martín se le sumaron las dos salas del Lorca y las del Metropol de la calle Lavalle. Los precios como en todas las ediciones anteriores son acomodados: $150 la general y $100 para estudiantes y jubilados.



La película inaugural fue Pequeña Flor de Santiago Mitre, con guión del propio director y Mariano Llinás. Sorprende el director de La patota y El estudiante con un toque fantástico en una comedia de humor negro. Daniel Hendler, en una caracterización que lo tiene como habitué, tímido y de pocas palabras (en este caso por sus dificultades de expresarse en un idioma extranjero), es un dibujante rosarino que vive en Clermont-Ferrand junto a su esposa francesa. Al quedarse sin trabajo, en coincidencia con el nacimiento de su hijo, trastocará su vida al abocarse a los quehaceres domésticos y al cuidado del bebé. El acercamiento con un vecino (Melvil Poupaud), un hombre de buena posición, excéntrico y algo recalcitrante introducirá el elemento fantástico del relato. Poupaud, surge como la voz de la conciencia, el psicoanalista que aconseja y sugiere el camino a seguir para recomponer los vínculos de la pareja que sufre vaivenes debido al cambio de roles. A medida que avanza la trama, surge un nuevo personaje, Sergi López, una suerte de chaman, al que acude la esposa (Vimala Pons) para resolver cierta insatisfacción sexual que provocan celos en su marido. Pequeña Flor es una película por momentos desconcertante, con giros imprevisibles que en el final deja un sabroso gusto a las comedias de “rematrimonio” que poblaron las pantallas en los finales de la década del treinta y principios del cuarenta.



En la Sección Romances, Desierto particular, propone como núcleo central de la acción un vínculo amoroso online que quiere concretarse. Un policía suspendido de Curitiba comienza una relación virtual con una mujer nordestina en el otro extremo del país. La falta de respuestas a sus sucesivos mensajes lo incita a recorrer la enorme distancia que los separa para conocerla. La película de Aly Mritiba que fue seleccionada por Brasil para competir por los Oscar en la última entrega, rodea la trama principal de muchos temas que hacen a la actualidad de su país. Los excesos en los entrenamientos policiales como signos de un gobierno autoritario, la influencia de los pastores evangélicos en las comunidades más humildes, las discapacidades en la ancianidad y cómo manejarlas, la pluralidad sexual, enriquecen el romance central envuelto en un halo de misterio, suspenso y lleno de sorpresas. Cerca del final, el policía (Antonio Saboia) rompe contra unas rocas el yeso de su brazo que lo acompañó desde un principio, como librándose de sus ataduras, tabúes y falsos mitos. Es la búsqueda de la independencia, de nuevos rumbos en la vida de ambos protagonistas hacia lugares donde sean aceptados tal como son. Una fuga, una aventura sexual, un viaje a territorios recónditos, la confluencia de seres marginales en una aproximación afectiva que recuerdan a Estación Central de Walter Salles, son elementos que convergen en el relato en un film que honra al festival.



Para Chiara (A Chiara), participante en la sección Hacerse Grande, comienza con imágenes de una familia feliz compuesta por un matrimonio y sus tres hijas: dos adolescentes y una niña. En este segmento, donde muestra escenas cotidianas y el festejo de los 18 años de la hija mayor, el joven director Jonas Carpignano utiliza una cámara en mano molesta e incómoda que no cesa de moverse ni cuando los actores están quietos. Por suerte para el espectador es un recurso que omite en el resto del metraje. Todo cambia para Chiara, la hija de 15 años, cuando el padre desaparece y se convierte en prófugo de la ley. Movida por las ansias de descubrir la verdad, pasa de la ignorancia total a ser espectadora de los negocios turbios de la ´Ndrangheta. En el cierre de la trilogía calabresa, Mediterranea (2015) y A Ciambra (2017) fueron las anteriores, Carpignano impregna las acciones de un estilo naturalista lindando con el documental para mostrar el paso de la inocencia a una realidad descarnada. La desaparición de ese mundo de ensueños en el que creía vivir Chiara desarticula su familia y se verá obligada a decidir sobre su futuro. Una mirada particular al entorno familiar de la mafia calabresa, sus vínculos, su accionar, la protección entre parientes, en una película de crecimiento con un final esperanzador. Otro punto positivo del festival.

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