UN ASCENSO METEÓRICO
La ópera prima de Sébastien Tulard es un “crowd pleaser”, término que se usa para identificar a aquellas películas que apuntan a gustar a la mayor cantidad de público posible, que se aplauden con ganas al finalizar la proyección y que el espectador sale de la sala sintiéndose mejor que al inicio. “Azúcar y estrellas” tiene todos los condimentos para entrar en esa categoría: una historia de superación con éxito final, luego de un pasado conflictivo lleno de adversidades.
El film está basado en la historia real del repostero francés de descendencia marroquí Yazid Ichemrahen, y en su libro autobiográfico “Creer para sobrevivir” publicado el año pasado, en el que relata cómo la pastelería le salvó la vida. Protagonizado por el influencer Riadh Belaïche que debuta en la pantalla, el biopic, por medio de flashbacks, retrata una infancia dura en la que pivoteaba entre dos hogares. Por un lado, convivía en el caos y el desamor con su madre natural, una mujer casquivana con un bebé a cuestas que utilizaba a Yazid para obtener beneficios monetarios de la asistencia social. Por otro lado, alternaba sus días en un hogar de acogida, un refugio de cariño y comprensión, donde comienza a tomar conocimiento con los quehaceres culinarios. Más tarde, de manera cronológica, la trama se centra en las vicisitudes de su adolescencia en un centro de adopción con los conflictos propios de la edad, que lo llevan a pasar unos días detrás de las rejas, su huida del establecimiento que lo albergaba cuando su situación corría peligro, los primeros pasos como ayudante en un restaurante de categoría en el que no faltan las rispideces entre los integrantes de la cocina, hasta la consagración como campeón mundial por equipos de repostería con tan solo 23 años. Un ascenso fulminante cargado de mucha tensión.
El carácter desafiante que lo llevaba a tomar riesgos, la osadía que en definitiva le otorga el triunfo y los momentos de inspiración en los que la imagen ralentizada se oscurece para resaltar al creador y sus ingredientes, muestran la obstinación del joven chef en búsqueda de su gran sueño. Un perfeccionista de la gastronomía, un eximio escultor en la presentación de sus postres, “un perfumista” según el decir del protagonista, que hoy en día es uno de los asesores más importantes del mundo en materia de pastelería. Una vocación que le salva la vida, un oficio que le permite realizarse en un film donde las texturas de los dulces son una invitación al paladar del espectador.
El título, que alude a su profesión y a la conjunción entre el placer que le producían los cielos nocturnos y la forma de evaluar los establecimientos gastronómicos, es un perfecto resumen de una historia motivadora que se aprecia con sumo agrado.
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