AZOR
Estupor y sigilo en la Argentina de 1980
Fabrizio Rongione, el actor belga que suele aparecer en las películas de los hermanos Dardenne, se pone en la piel de Yvan de Wiel, un banquero suizo que llega a la Argentina junto a su mujer Inès, la exquisita Stéphanie Cléau protagonista del film de Mathieu Amalric El cuarto azul (2014), en 1980 en plena dictadura militar. Su misión es la de reemplazar a su socio Keys quien ha desaparecido misteriosamente. Su tarea es doble ya que, además de investigar sobre el paradero de su colega deberá atender a los adinerados clientes de su banco para no perderlos.
Yvan, de a poco, se irá consustanciando con aquel ambiente tan particular donde regía el control de documentos a toda hora y en cualquier lugar, los sospechosos puestos contra una pared para ser requisados, los susurros que reemplazaban a los diálogos para no despertar sospechas, la cautela como norma para accionar. Sorprendido y frustrado al principio, al extenderse su estadía ser irá empapando de los códigos, las elipsis en los relatos y los eufemismos a utilizar con los clientes y las autoridades.
La ópera prima del director suizo Andreas Fontana, que tuvo la colaboración de Mariano Llinás para redactar el guión, es un thriller con extrañas maquinaciones que avanza de manera tranquila, sin prisas, da tiempo al desarrollo de la intriga en la que no se puede confiar en nadie. Ningún sujeto genera empatía en ese mundo de la alta burguesía que vigila con celo la administración de sus bienes fuera del país. Incluso la pátina de integridad y mesura que caracterizaban en un principio al protagonista, va desapareciendo a medida que profundiza sobre los negocios pendientes de su socio.
Por otro lado, Keys es un personaje que depara comentarios extremistas entre los clientes: para algunos era encantador y brillante, para otros un ser despreciable y nada confiable. Su ausencia y evocación trae a colación a Kurtz, el misterioso agente de “El corazón de las tinieblas” de Joseph Conrad, máxime cuando Yvan se embarca en una lancha por un río angosto rodeado de una frondosa vegetación en un viaje hacia lo desconocido.
Azor, que en dialecto suizo significa callarse o tener cuidado en el hablar, reproduce el entorno de las altas esferas financieras en un momento político conflictivo, donde cada uno de los protagonistas se movía como piezas de ajedrez. Cada movimiento era previamente meditado y a su debido tiempo. Una temática inusual en una película muy meritoria.
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