FICCIONES: Lo nuevo del cine alemán
La caja de cristal, película que el festival eligió para toda la familia, dista bastante de las temáticas acostumbradas para un cine que convoca a adultos y niños por igual. El marco es el campo cerca de Múnich, en el verano de 1944, el último de la Segunda Guerra Mundial. La paz que una madre con su pequeño hijo intentaba buscar en un ambiente bucólico alejada de los constantes bombardeos a los que era sometida entonces la capital bávara, se ve trastocada por la presencia de una familia nazi que tiene dominado al poblado. Los juegos y travesuras infantiles dejan de ser inocentes para transformarse en sádicos y peligrosos. La libertad de la que gozan los niños, sumado a la falta de control por parte de los padres, son un convite para experimentar de forma riesgosa con el fuego, armas bélicas y complejas herramientas de trabajo.
Por otro lado, el férreo adoctrinamiento al que son sometidos, los confunde y no saben discernir entre el bien y el mal. Es una línea difusa que cambia según el interlocutor que tengan delante. La generación de odios, la grieta que se produce entre desertores que se esconden y fieles al régimen que provocan una poblada que mata a palos a un aviador norteamericano herido, son temas bien planteados por el director Christian Lerch, aunque poco apropiados para los más pequeños. La muerte, la delación y las represalias conviven con la mirada ingenua de los menores y el cariño de la madre protagonista en una obra interesante que deja un sabor agrio.
Copilot, cuyo título original es La mujer del piloto, fue una de las mejores sorpresas de la muestra. Ante todo, vale la recomendación para el futuro espectador de no informarse sobre el contenido de la trama para que el impacto sea mayor y doblemente disfrutable. El inicio presenta a una pareja de estudiantes extranjeros de medicina en una universidad de Alemania. Él de origen libanés, ella turca. Se impone la comedia romántica con las desavenencias propias de una pareja recién formada: el ocultamiento del vínculo a la madre turca por cuestiones religiosas, el mandato paterno de la familia libanesa en lo referente a la carrera de odontología del joven.
De a poco el guión comienza a torcerse para dar paso a nuevos géneros vinculados tanto al estilo como a la ambientación. La obra de la directora Ann Zohra Berrached, que estuvo presente en la conferencia de prensa organizada por el festival, transita cinco años en la vida de los jóvenes protagonistas, mientras cuestiona hasta qué punto conocemos a la persona que convive a nuestro lado y cuánto se está dispuesto a sacrificar por amor. Bien narrada y de gran actualidad, atrapa de principio a fin.
El córtex es un tejido nervioso que reviste de manera superficial los hemisferios cerebrales. Cuando este manto protector se ve afectado, los sueños se pueden transformar en terribles pesadillas que afectan gravemente la salud. El punto de partida de Cortex, la ópera prima del gran actor alemán Moritz Bleibtreu, es prometedor ya que las ensoñaciones amenazan convertirse en realidad. Para expresar la angustia y la desesperación del protagonista (el mismo Bleibtreu) ante las recurrentes alucinaciones, el director deconstruye el tiempo, mezcla pasado y presente, verdad y ficción con un montaje acelerado que solo aporta confusión al espectador.
Los cortes abruptos, las imágenes fuera de foco, el abuso de los primeros planos junto a una banda sonora estridente, tampoco contribuyen a esclarecer las acciones. Así como los médicos no pueden identificar con precisión el carácter de la enfermedad, el público tampoco logra poner orden en una trama expresada de forma anárquica. Tanta exposición y desencuentros en el tiempo agobia, el hilo conductor que aporte cierta lógica lamentablemente no se encuentra. Sólo las actuaciones mantienen un cierto interés de una obra que quedó a mitad de camino.
El sexo como rutina de un trabajo legal y como fruto de una relación amorosa, son las dos expresiones que se detallan en Glück (Felicidad) segundo largometraje de Henrika Kull, en una nueva aproximación al universo femenino por parte de la realizadora. Sascha que trabaja en un burdel en Berlín, pone los ojos en la recién llegada María, una joven italiana llena de tatuajes. La relación entre ambas pasa de la amistad a un tórrido romance con distintos alcances para cada una de las involucradas. María en su simpleza, sin trastornos a la vista, con una constante sonrisa en su cara alcanza la plena felicidad. En cambio, Sasha, más conflictiva y propensa a la bebida, no valora su nueva relación y parece añorar una vida familiar junto a su hijo y su exmarido.
En tanto en el prostíbulo, organizado como una pyme, reina una feliz convivencia, no hay celos, competencias ni resquemores. La armonía y la comprensión reglan las actividades diarias de las trabajadoras sexuales. Las escenas de sexo tienen una impronta naturalista, en especial las que tienen lugar dentro del local con los clientes, una prestación antierótica propia de una práctica habitual comercial. Como contrapartida, los encuentros de las amantes desbordan de pasión y deseo de forma espontánea, sin artificios. Glück, un digno aporte del festival, fluye sin sobresaltos y se lo ve con agrado.
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